23 de Jun 2009 12:00 AM
Precisamente leyendo la edición de ayer de este prominente diario me enteré de otra jornada de trabajo positivo y singular de nuestra primera dama, la doctora Margarita Cedeño de Fernández.
Esta vez la incansable esposa del presidente Leonel Fernández, llegó al corazón de la marginalidad sureña, para sembrar esperanza, conocimiento e innovación, plantando dos nuevos centros tecnológicos comunitarios en Elías Piña.
Pero en días recientes leía con entusiasmo y admiración de otras jornadas similares en Moca, Hato Mayor, Nagua, y otras comunidades necesitadas, donde ella acudía a inaugurar obras importantes no por su tamaño y costo, sino por su gran utilidad para miles y miles de dominicanos y dominicanas pobres de todas las edades.
Ella, inteligente, dulce, fiel al legado de su consorte, el ilustre mandatario, dolida y solidaria con los achaques y necesidades ajenas, humanista por devoción y convicción, se mueve por toda la geografía nacional como sirena terrenal encantadora, que no descansa, ni duerme, ni cede ante la responsabilidad social y política de una auténtica primera dama.
Su aporte a la educación, la salud, la ecología, a la formación básica e integral de niños, adolescentes, adultos, amas de casas, ha sido enorme, ayudando con ello a la labor social del Gobierno, como debe hacer una mujer responsable, comprometida y solidaria en todo con su esposo, su Gobierno, su partido y su país.
Su despacho construye bibliotecas, parques infantiles y deportivos, escuelas para diversas disciplinas y asiste con frecuencia a ciudadanos precarios de salud. ¡Cuantas bondades se conjugan en la prominente y altruista labor de doña Margarita!
Algunos resentidos e innobles dirían que ella realiza esa trascendente labor con recursos del Estado, y en parte mayoritaria es así.
Pero yo les respondo, que otras damas de su estirpe, de aquí y de otras naciones, tuvieron funciones y oportunidades similares y “las bateas llenas” e hicieron nada o muy poco por contribuir a mejorar la calidad de vida y las angustias de los más desgraciados.
Muchas primeras damas de todas partes se abrazaron y se abrazan a lo fácil, y a la exquisitez y facilidades de su condición, olvidándose del pueblo que sufre afuera, de su compromiso cristiano y moral de hacer rendir los panes y los peces, y acariciar con el primor de su sonrisa, su abrazo y auxilio a quienes lloran por la desesperanza, la exclusión y la ausencia de bienestar físico, espiritual y económico.
Doña Margarita marca la gran diferencia entre las que aman y trabajan muy poco, y hacen nada por el prójimo.German Pérez es periodista y poeta
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