La historia caudillista
de la República Dominicana ha provocado que los dominicanos y dominicanas se
acostumbrasen a recibir donaciones, ayudas y prebendas a fin de asegurar su
adhesión a los gobiernos de turnos. El
amiguismo y el clientelismo han sido elementos arraigados en nuestra cultura
política, entendiéndose que para alcanzar los derechos como ciudadanos y
ciudadanas es necesario tener un amigo en el gobierno. Esto ha traído como resultado que los planes,
programas y proyectos de desarrollo locales sean en la mayoría de los casos
ajenos a los ciudadanos de los municipios y comunidades; siendo exclusividad de
los gobernantes locales la identificación de los problemas, la definición de
los proyectos a realizar y la administración de los mismos.
Este tipo de prácticas,
que es un legado de las actitudes autoritarias, limitó por mucho tiempo el
desarrollo organizativo de nuestras comunidades. Provocando en la ciudadanía la creencia de
que los gobernantes de turnos deberían asegurar el bienestar de todos y todas,
por lo que no era necesario exigir y demandar las satisfacciones de necesidades
realmente sentidas en el ámbito local.
Esta historia repetida
de generación en generación fue enmarcando la forma de ser de los dominicanos;
quienes esperaron de los gobiernos de turno hasta la propia solución de sus
problemas personales.
Durante mucho tiempo
adolecimos de una visión global y colectiva de la realidad local, conformándose
una manera individualista de percibir los problemas que nos afectan y
fortaleciéndose, en consecuencia, la presencia de los caudillos en la historia
dominicana.
A partir del año 1963,
cuando nuestra nación inicia su proceso de construcción de la democracia, las
comunidades comienzan a entender que participar
no es simplemente votar en las elecciones y recibir de los funcionarios las
donaciones prometidas en las campañas políticas, práctica tendente a marginar a
la ciudadanía de la toma de decisiones en aspectos que les concierne y les
afecta directamente.
En ese sentido la
concientización del verdadero rol que debemos asumir los ciudadanos y
ciudadanas en los asuntos que nos competen ha ido motorizando la acción local,
ampliándose los niveles de participación en torno a propuestas de carácter
colectivo; y aunque todavía queda mucho camino que recorrer para asegurar el
fortalecimiento de las organizaciones comunitarias y su protagonismo en las
soluciones de los problemas locales, estas de una forma u otra, están en el
camino de procurar hacerse sentir como entidades en capacidad de decidir ,
exigir y ser sujetos comprometidos con el desarrollo de sus localidades,
asegurando además que dicho proceso sea interiorizado por cada uno de sus
moradores, pasando de la simple demanda a los niveles de propuestas concretas
caracterizadas por ser de carácter local, propia y conjugadas de manera
armónica con su identidad territorial.